El viento era fuerte, como su deseo de llegar a la costa, a puerto, a casa. Parecía que el mar quisiera echarlos de sus dominios tras una brutal violación de sus habitantes. Las olas se estrellaban contra el casco del barco haciendo que este se tambalease sin oposición, los marineros se esforzaban por mantenerse en pie y no salir volando por los costados del navío. En aquel momento Ulises se arrepintió por segunda vez de haber aceptado aquel trabajo, ¿Pero que iba a hacer? sus escasos ingresos no le permitían hacer frente a sus gastos y estaban a punto de echarlo del piso por impagos. Siguió apretando con fuerza la cuerda con la que mantenía su cuerpo atado al barco y pensó en lo único que conseguía mantenerlo sereno cuando todo le iba mal, Sofía. Por supuesto no le había contado nada de sus problemas económicos y menos aun de que se enrolaría en un barco de pesca, no quería preocuparla mas de lo necesario, a parte ella nunca se lo habría permitido.
-¡Tú, novato! -gritó el capitán- hay que arrojar parte del cargamento por la borda, tenemos sobrecarga, o lo hacemos o nos vamos con los peces al fondo.
-¿Qué tengo que hacer señor?
-Hay que sacar las cajas una a una a la cubierta e ir tirándolas con la mayor rapidez posible, vete a la bodega y ayuda a los demás.
-¡Si señor!
Ulises se desató y fue corriendo entre traspiés y choques hasta las bodegas del barco, allí estaba la gran mayoría de la tripulación sacando cajas de peces y tirándolas por la borda.
-¡Chico! -gritó un marinero de unos cuarenta años- ven y ayúdame con esta caja.
Sin pensarlo, Ulises cojió el otro extremo del pesado baúl y lo levantó, lo llevaron fuera y lo arrojaron por un lateral mientras el barco se bamboleaba a punto de volcar en cualquier momento.
Tras una hora de trabajo, la sobrecarga estaba casi eliminada, pero la tormenta no amainaba y los hombres estaban cansados.
-¡Venga chicos! las últimas cajas -grito el capitán- ¡no dejéis que esta perra sea la primera que os venza!
Los marineros redoblaron el esfuerzo y siguieron vaciando la bodega. Ulises gracias a su constitución atlética estaba aguantando mejor que el resto, pero el cansancio también estaba haciendo mella en sus brazos. Junto con un oficial cargó otra caja y la llevó hasta la cubierta, de repente una gran ola rompió contra el barco, este tembló y se bamboleó como nunca antes, el agua, el frío y el cansancio hicieron resbalar al oficial, que cayó al suelo y soltó la caja, la cual era demasiado pesada para Ulises y lo arrastró hasta el borde del barco donde chocó contra la barandilla. Antes de que el oficial se pudiera levantar, otra ola choco aun mas fuerte contra la embarcación y barrió la cubierta llevándose con ella al oficial, a la caja y a Ulises.
Los tres bultos se estrellaron contra el agua fría, una manta oscura y salada que intentaba tragarlos. Ulises no podía ver al oficial en el agua e intentó gritar a la cubierta para que lo rescataran.
-¡Eeeeh! ¡estoy aquí! ¡En el agua! ¡Aquí!
Gritaba con todas sus fuerzas, pero nadie le oía y cada vez que lo hacia tragaba un litro de agua.
-Sofía...
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