Era de día y el sol se colaba por las rendijas de la persiana inundando el salón de puntitos de luz. Sofía no estaba al lado de Ulises y este se encontraba solo y desnudo en aquel sofá de tela amarronada. No se escuchaba ningún ruido en la casa ¿Dónde estaría Sofía?
Se levantó, recogió sus calzoncillos, estaban encima de la mesa junto a toda su ropa ordenada, y después de ponérselos salió al pasillo, miró y si, efectivamente estaba solo. No sabía que hacer, no era su casa y se puso un poco nervioso, aunque esta sensación duró poco pues de repente escucho abrirse la cerradura de la puerta de entrada, tras ella, apareció aquella chica de pelo negro y ojos azules que tanto le gustaba.
Sofía se sorprendió al verle allí de pie plantado y casi desnudo.
-¡Eeeh! ¿Por qué te has puesto los calzoncillos? Estás muy bien sin ellos.
-No quería que la vecina me viera por la ventana -contestó Ulises- tiene pinta de estar mayor y las emociones fuertes le pueden sentar mal, no como a ti que se te ve aun entera.
Sofía se rió y dijo:
-Que chulito eres, pero te lo paso porque estás muy bueno.
-Eeeh, empezaste tú, cambiando de tema, ¿Qué llevas ahí? -dijo Ulises señalando la bolsa que Sofía tenía entre las manos.
-El desayuno ¿Te gustan los churros? ¡Están recién hechos!
-Me encantan, es la segunda cosa que mas me gusta comer en tu compañía nada mas levantarme.
-Que bobo eres, en serio, no se como te aguanto, dúchate y voy poniendo la mesa.
-Porque te encanta mi culo -contestó Ulises mientras lo iba moviendo en dirección al baño.
Dentro, colgado detrás de la puerta, estaba el albornoz con el que había sido recibido la noche anterior. Pasados unos años aquel albornoz sería uno de los muchos buenos recuerdos que permanecerían imborrables en su mente. Ulises abrió el grifo y mientras el agua se calentaba pensaba en la suerte que tenía al haber encontrado a alguien tan especial como Sofía, que perdonaba sus defectos, no le importaba su pasado y que tenía la virtud de alegrar cada momento que compartía con ella. Sus pensamientos fueron asaltados por música, Sofía debía haber encendido el reproductor y había elegido casualmente o intencionadamente música electrónica, nada mejor que unos ritmos fuertes para despertar bien.
Ulises se quitó la escasa ropa que llevaba y se metió bajo el chorro caliente de la ducha, el cual chocó contra su cuello derramándose por su espalda y su pecho. Cuando fue a echar mano del champú, se dio cuenta que no había ningún bote dentro de la ducha.
-¡Sofía! ¿Dónde está el jabón? -gritó Ulises.
No recibió respuesta, la música debía estar bastante alta, pero lo volvió a intentar.
-¡Sofía! ¿Dónde tienes el jabón?
Tras este grito la puerta del baño se abrió y Sofía descorrió la cortina de la ducha, estaba desnuda y con el pelo recogido.
-Aquí está -dijo ella señalándose con cara pícara- ¿Puedo entrar?
A Ulises se le puse una sonrisa de oreja a oreja y contestó:
-Claro, el mundo es libre, pero vamos a estar un poquito apretados.
-Bueno, eso no es un problema, ya nos las arreglaremos para no romper nada.
Estaban allí los dos, juntos, bajo el agua caliente que caía sobre sus cabezas, mojándose los labios, calentando sus cuerpos, acariciando sus mejillas, besando sus anhelos.
Sus cuerpos se unían y se separaban para luego volver a juntarse, bailaban bajo la lluvia una danza de gemidos y pensamientos lascivos, desbocados, furtivos. Fuertes acometidas de hambres matutinas, posturas imposibles con placeres inaudibles que harían, en comparación, que ni el infierno pudiera derretir ni un solo hielo, pues ellos tenían en aquel momento todo el fuego que en el planeta había.
Al salir de la ducha, ambos tenían la sensación de necesitar otra, pero esta vez de verdad.
Fueron a la cocina y desayunaron abundantemente reponiendo las fuerzas perdidas.
-Nena -dijo Ulises- que sepas que me ha encantado estar hoy contigo y que ya estoy deseando la siguiente, pero me tengo que ir en breves, tengo que darle el cambio de turno a Luis en la panadería.
-No te preocupes, yo entro de tarde y también me tendré que ir, pero guárdame un secreto.
Sofía se acerco a Ulises y le susurró al oído:
-Estaré pensando todo el día en tus manos sobre mis caderas.
-No se si lo haces a posta -contestó Ulises- o es que eres muy buena, pero siempre me dices lo que quiero oír en cada momento.
Ella se rió y dijo:
-Es un don, uno de muchos que aun no conoces.
-Mmmm, tentador, estaré atento.
Después de desayunar, Ulises se preparó para marcharse, tenía que pasar por su piso a cambiarse. Ya en la puerta, antes de salir, se le vino un recuerdo a la mente.
-Sofía, ayer mientras lo estábamos haciendo, ibas a decir algo.
-¿A qué te refieres? No me doy cuenta-
-Si, cuando se te cortaron las palabras, ibas a decir algo, ¿No te acuerdas?
-No, no sería nada importante ¿Qué mas da?
-Ya... bueno, me voy.
Ulises se despidió y le dio un beso a Sofía. Se marchó como llegó, a través del ascensor y con prisas.
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