domingo, 10 de agosto de 2014

Ella es Sofía Nº 3.1. Pegate a mi

-Ulises date prisa, vamos a llegar tarde -dijo Sofía señalándole el reloj del teléfono- Sara y Luis ya nos estarán esperando en la plaza.
-Ya voy, ya voy, estoy terminando de peinarme -contesto Ulises desde el baño.
-¡Hombres...! ¡Y que tenga que ser yo la que espere por él! Manda narices...

En la calle ya se olía la fiesta, los voladores y los petardos estallaban por los aires en todas las esquinas de la ciudad mientras los niños corrían con bengalas chispeantes en las manos. Mientras la pareja se iba acercando a la plaza, la música proveniente de las carpas iba aumentando de volumen; el sonido de la orquesta, la risa de la gente y el trasiego de colores que circulaban delante de ellos era espectacular. La ciudad estaba viva y ellos formaban parte de ella. En el suelo, la plaza estaba coronada con una Rosa de los Vientos de unos dos metros y medio de diámetro hecha de pequeños azulejos; azules, blancos y rojos. Allí habían quedado con Luis y Sara, pero como siempre que se reunían, estos llegaban tarde.

-Mientras llegan voy a pedir unas copas -dijo Ulises- vengo ahora.

Cuando volvió con las bebidas, se encontró con un ruidoso cochecito de bebes del que salían unos llantos espantosos. Ulises siempre había tenido autentico rechazo por los niños pequeños y no tenía mucha paciencia cuando se trataba de llantos, pañales y biberones. La pareja que llevaba aquel bulto tan molesto estaba hablando con Sofía.

-Al pobre, el ruido y los petardos le han asustado - dijo la chica- Creo que nosotros nos iremos ya a casa.
-Es una pena que os tengáis que ir. Es muy guapo, tiene tu nariz y tus ojos, Lucía -señaló Sofía con una sonrisa.

Esta se fijó que Ulises volvía con las copas y con una cara un poco insegura. Ella ya sabía lo poco que le gustaban a él los bebes y en general los niños pequeños así que al coger su vaso de la mano de Ulises le miro pidiéndole un poco de paciencia.
Tras las presentaciones con Ulises y los tradicionales planes de quedar a tomar algo en otra ocasión, la pareja se despidió y volvió a casa por el paseo de la playa.

-Ya se, ya se, no te gustan los bebes ¿Vamos a bailar? - rió Sofía quitándole hierro al asunto.
-¡Claro! tengo ganas de menear tus caderas.

Ulises la cogió de la mano y le dio una vuelta sobre si misma en dirección a la carpa. Aquello estaba a reventar, los camareros de las barras no daban a basto en atender a toda la gente. La orquesta ni mucho menos era conocida pero conseguía, no se sabe bien como, animar al público con canciones viejísimas pero que todos parecían conocer al pie de la letra.

Bailaron, rieron, jugaron, se seducían mutuamente juntando sus cuerpos en cada compás de la música, la bebida corría; ron cola, vodka naranja, vodka redbull, jagger, tequila...
La lengua se les iba soltando y todo les hacía gracia, era un espectáculo verlos bailar, no eran malos bailarines, incluso estando un poco "alegres". Sofía se dejaba llevar y Ulises la guiaba con las manos, la movía, la traía y la giraba cuando el quería, sin perder el ritmo y sin dejar que el liquido del vaso se vertiera.

-Cógeme Ulises, no me sueltes ¡Allá voy!

Gritando esto, Sofía salto sobre Ulises y quedó enganchada a su cuerpo con piernas y brazos, mientras él la sostenía apretándola contra si. Ulises dio dos pasos hacia atrás y la miró a los ojos, ella le devolvió la mirada y cuando fue a darle un beso el cambio de peso desequilibró a Ulises y le hizo caer de culo en el suelo con Sofía encima. Toda la gente de su alrededor se les quedó mirando pero ellos, después del susto inicial, se empezaron a reír a carcajadas, nada les importaba cuando estaban juntos.

-Que bien os lo estáis pasando sin nosotros, ya verás a quien le va a doler el culo mañana -dijo Luis riendo.

-Bueno, seguro que no tan bien como vosotros -contestó Ulises mientras se incorporaba con Sofía- por la arena de tus zapatos y por la marca de pintalabios en tu cuello diría que la playa os ha sentado muy bien.

Sara se puso roja como un tomate y se rió timidamente.

Pasadas unas horas, la carpa se fue vaciando pero Sofía y Ulises ya habían decidido volverse a casa media hora después de haber perdido por tercera vez a Luis y Sara entre el tumulto, les dejaron un mensaje en los teléfonos y se fueron caminando de vuelta al piso de Sofía entre tropezones, besos y promesas lascivas recitadas al oido.
Subiendo en el ascensor no faltaron los besos con lengua y las manos juguetonas bajo la camiseta; los susurros al oido y las mordidas en el cuello. Entraron chocándose con todo, sin parar de besarse y empotrándose contra la pared para ir quitándose pieza a pieza la ropa que ya parecía que les quemara.

-Te cojo Sofía, no te suelto.

Y diciendo esto, Ulises la agarró mientras ambos caían sobre las finas sábanas de verano.

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